jueves, 18 de marzo de 2010

El Doctor O y las falsas anginas de la jirafita

Todos los niños querían mucho al Doctor O porque era muy amable y cuidadoso, pero sobre todo porque de su consultorio siempre salían con un caramelo de miel.
Las mamás también lo adoraban. No había alivio más grande en el mundo que llevar a sus hijos sin berrinches al médico.
En la puerta de su consultorio había un cartel bastante ancho que tenía escrito: "Doctor Ornitorrinco Otorrinolaringólogo". Por eso le decían simplemente Doctor O.
Ningún padre lo llamaba por su nombre completo. Imagínense que cuando terminaban de nombrarlo su hijo ya había empeorado.


De niño, en la escuela, las maestras lo ponían de ejemplo en la clase de trabalenguas hasta que entraron los tres tristes tigres y ya saben quienes pasaron a ser el ejemplo.
El Doctor O, como todo otorrinolaringólogo, inspeccionaba oídos, narices y gargantas para cerciorarse de que todo estuviera bien. ¡Cómo no iba a saber de animales uno con pico de pato, cola de castor y pelo de oso!
Todo transcurría normalmente, hasta que un día a una jirafita le agarraron anginas.
-Su cara está cambiando de doctor, Color... perdón, es que estoy muy nerviosa. Hoy amaneció de un extraño lavanda -le contó su madre al teléfono.
-Tráigala mañana a primera hora -respondió el especialista.
Este era un hecho sin parangón en la historia de la medicina. ¡Una jirafa con anginas jamás se había visto! ¿Cómo la curaría con semejante cuello?
El día de la visita se juntaron todos los otorrinolaringólogos a presenciar el evento y tomar nota.
Cuando llegó al consultorio, la jirafita ya estaba morada. El Doctor O no perdió más tiempo. Se subió a una escalera y le hizo sacar la lengua. Se la pidió más afuera -un médico que se precie siempre hace sacar más afuera la lengua- y se la aplastó con una oblea de madera. Entonces dirigió la luz a la garganta y exclamó:
-¡Aja! No son anginas.
-¿Y qué es, doctor? -preguntó la madre.
-Está atorada con el postre...
Todo el auditorio murmuró y tomó nota.
-¿Una manzana?
-¿Un alfajor?
-¿Una porción de torta?
El Doctor O interrumpió:
-Ninguno de ellos. Sino un flan.
Todos tomaron nota. Entonces el Doctor Puercoespín levantó la cabeza de su cuaderno.
-¿Cómo que un flan? El flan no puede atorar a nadie -protestó.
-Claro que no, excepto que se lo coma con su cucharita y su platito -le aclaró. -Al parecer le gustó tanto que se comió hasta los cubiertos.
La jirafita ya estaba de un violeta intenso.
-Debí haberme dado cuenta que faltaban cosas en la alacena -se cuestionó la mamá preocupada. -¿Y ahora, doctor?
El ornitorrinco miró a la niña y le hizo un pedido muy especial:
-Intenta no reírte por un minuto.
Se puso unas antiparras, se amarró a una cuerda y bajó lentamente por el interior de su hondo cuello.
Para los que estaban afuera el minuto fue eterno. El auditorio observaba atentamente y no dejaba de tomar notas. La jirafita se aguantaba las cosquillas. La mamá sudaba. Pero apenas el segundero terminó su vuelta: allí estaba el Doctor O, quintándose las antiparras y comiendo el flan que quedaba en el platito.
El aplauso fue generalizado. Los apuntes volaron por los aires y la mamá corrió a abrazar a su jirafita.
El Doctor O se hizo famoso, lo que llaman una eminencia, y agregó a su cartel de la puerta la palabra jirafantología, pero siguió atendiendo con la misma humildad y dulzura. Hasta el día que un elefantito de tanto escarbarse la nariz le salió sangre y tuvo que examinarle toda la trompa, pero esa es otra historia.

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