jueves, 18 de marzo de 2010

El viaje de Juan Tanburro

A Juan Tanburro no le iba muy bien en el colegio. No le salían ni las sumas más elementales: cuando tenía que hacer 5 más 6 no le alcanzaban los dedos y renunciaba. En Lengua nunca entendía por qué no se podía decir Baca y Vurro si sonaban igual.
La junta de Villa Sapiensa se reunió y acordó que Juan fuera expulsado del pueblo por bruto y lo nombraron Cabeza de alcornoque. Hacía mucho que no se le concedía tal mención a alguien.
Su mamá le llenó la mochila de galletas y lo despidió con un poco de vergüenza.
-Vuelve cuando aprendas algo, quizás los calores de los caminos te ablanden la cabeza dura que tienes -le dijo palmeándole la espalda y medio empujándolo para que se marchara cuanto antes.
Juan se fue refunfuñando y como siempre le habían dicho que se las sabía todas no se preocupó por las vicisitudes de su exilio... hasta que cayó el sol.

Se acurrucó contra unos árboles y se puso a comer algunas galletas. Detrás de una morera se le apareció una vieja zorra.
-¿Me darías una? -le preguntó.
-¿Por qué habría de darte? -retrucó Juan.
-Porque podría abalanzarme sobre ti y morderte.
Juan la miró presumido:
-¿Y qué ganarías con eso?
-Robarte el paquete entero.
-¿Y si fuera yo el que me abalanzara sobre ti?
Sin pensarlo dos veces, el niño se arrojó contra el animal y lo metió en su mochila. Siguió su camino y cuando la zorra tenía hambre le daba una galleta.
Al día siguiente, Juan se dio cuenta de que fuera donde fuera que estaba yendo sería más fácil a caballo. Encontró un alazán pastando y lo llamó:
-¡Oye! Necesito que me lleves.
-¿Cuál es la paga? -contestó el caballo.
-Te salvaré la vida al final del viaje.
-Pero si no te llevo no me veré arriesgado a perderla.
-Sí -respondió Juan-, porque tarde o temprano aquí, campeando, te va a encontrar la muerte.
El animal lo miró nervioso y ante la contundencia de sus palabras le indicó que se subiera. Anduvieron un tiempo cuando se encontraron en el camino con un anciano.
-Señor, recién podré volver a mi pueblo cuando haya aprendido a darle la razón a mis mayores, por esta senda ¿sabe si lo conseguiré?
-Soy un simple vagabundo que nunca fue a la escuela, soy grosero, rufián y deambulo por un mendrugo de pan.
-¿Y que haría por una mortadela? -lo tentó el chico.
-Ahhh, por un rico embutido haría cosas sin sentido -dijo mientras se relamía mirando al caballo.
-Acompáñeme, creo que tengo un par de galletas para convidarle mientras tanto.
Fue así como un tiempo después, el viejo entró a Villa Sapiensa montando a caballo. En la entrada los porteros le gritaron:
-Oiga ¿pero quién es usted?
-Soy Juan Tanburro, he vuelto de mi viaje lleno de conocimiento, por eso me he convertido en un hombre mayor y no miento.
La madre apareció volando:
-¡Muéstrame los calcetines, impostor!
Y así sucedió, el extraño era Juan: tenía las mismas medias azules de las cuales solo él aguantaba el olor. La madre abrazó muy fuerte al viejo y lo besó.
-Déle de comer y de beber, mañana tráigalo al Consejo que lo examinaremos a ver si es cierto que ha aprendido.
Al día siguiente, en la junta, los examinadores miraban fijo al Juan falso:
-Pues bien, díganos, ¿qué ha aprendido en su viaje?
-Que uno nunca bebe del mismo río, porque sus aguas fluyen con mucho brío.
-Muy bien, Juan, hasta hace un par de semanas no hubiésemos creído que tales palabras pudieran salir de tu boca.
Los examinadores del Consejo estaban pasmados: la obstinación del niño había dado paso a la humildad.
-¿Qué más? -preguntaron ansiosos.
-En los caminos de la vida primero están las pruebas y luego las lecciones, al revés que en las escuelas.
-¿Y qué otra cosa? -preguntaron ávidos.
-Que con el tamaño de sus obstáculos, se mide la estatura de una persona, que una hormiga es tan fuerte como la semilla que sobre sus hombros atesora.
Así, la vieja zorra, le sopló las respuestas desde la mochila, a sabiendas de lo que querían escuchar los mayores.
Al terminar la jornada, en un rincón oscuro del pueblo, Juan le dijo al vagabundo que se llevara el caballo y la mochila. Pero le aclaró:
-No hagas del alazán mortadelas, vas a hacer mejor negocio si te presentas de pueblo en pueblo con tu mochila versada para ganar dinero-. Y le advirtió: -Nunca la abras para que no escape su sabiduría, dale una galleta de vez en cuando y no le hagas caso si te dice que en realidad es una zorra, porque la inteligencia siempre tiene un poco de locura.
Conforme, el vagabundo fue a lo de su supuesta madre y la saludó:
-El conocimiento no descansa, tengo que seguir recorriendo los caminos aunque de hambre me duela la panza.
Y se alejó.
¿Qué pasó con Juan? Esa misma noche le golpeó la puerta a su madre y le dijo:
-Hola, señora, vengo de un país muy lejano, ¿podrá alojarme?
Al ver a un niño tan desprolijo, pero haciéndole acordar tanto a su hijo, le dio casa, comida y mucho cobijo.

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