lunes, 15 de marzo de 2010

Hay un elefante en mi oreja!


El elefante era la más grande atracción del zoológico. A los niños les encantaba ver su majestuosa figura revoleando esa tremenda trompa. Cuando se ponía en dos patas todos los que pasaban por allí se detenían y lo aplaudían. ¡Qué bien que le hacían esos vítores!
Pero una tarde, después del baño, un cuidador le dijo:
-Te voy a extrañar, Augusto. El museo no es tan divertido.
Luego le dio unas palmadas y se marchó.
Revolcándose de la risa, la hiena le dijo:
-Mi prima Lucy está en el museo de Ciencias Naturales. ¡Está tan flaca que se le ven las costillas!
Entonces su rostro se ensombreció. ¡Por todas las trompas! ¡Lo iban a embalsamar y a convertir en un animal de exposición!


Esa semana estuvo cabizbajo y de trompa caída. Comió poco y apenas tuvo fuerzas para alzarse en sus patas traseras. No sentía el entusiasmo de siempre y los niños que pasaban por su jaula seguían de largo.
Su amiga la alpaca le aconsejó:
-Escóndete hasta que se les pase esa loca idea.
-¿Pero dónde? -retrucó el elefante.
-Querido amigo, no puedo darte todas las respuestas. Buenas noches.
Durante esa semana intentó ocultarse en la madriguera de los conejos, atrás de las colas abiertas de los pavos reales, en las cavernas de los murciélagos, en la pileta con los delfines y hasta disfrazado de payaso. Pero su trompa siempre se asomaba y terminaba delatándolo.
El último día estaba desesperado pensando donde meterse. Entonces vio un niño que lo miraba con la cabeza ladeada.
-Pobre elefante, está triste -le comentó a su mamá.
Augusto se quedó pasmado por el comentario. ¡Por fin alguien que se interesaba por su estado de ánimo!
-¿Podemos llevarlo a casa? Si lo sacamos a pasear tal vez...
-Patricio, ¿qué ideas son esas?
El niño se quedó observándolo mientras su mamá se alejaba. Cuando se dio cuenta de que su hijo no la había seguido, volvió sobre sus pasos y le dio un tirón de orejas.
La hiena exclamó muerta de risa:
-¡Uhhh, qué oscuridad tan inmensa hay allí adentro!
A lo que la alpaca dijo:
-Mira que eres inoportuna. No es día para chistes.
Pero en efecto, Patricio tenía unas orejas destacables. ¡Pero que excelente lugar para ocultarse!
En puntas de pie, Augusto fue hasta el carrito de los helados y cuando el niño se distrajo, se le escabulló en la oreja.
Estaba un poco sucio, pero seguro allí nadie lo encontraría.
En la mesa, a la hora de la cena, a Augusto le dio mucho hambre. Entonces cuando nadie miraba aprovechó para sacar la trompa y robar comida de algún plato. Ya en el postre, cuando se llevó la última frutilla ¡el abuelo alcanzó a verlo!... pero antes de levantar un dedo, se quedó dormido en su silla.
Patricio se había comido todo casi sin darse cuenta, así que pidió permiso para ir a bañarse. Todos habían vaciado sus platos sin notarlo.
-Mi vida, estás haciendo la comida muy liviana -le comentó el padre a la madre.
Patricio no escuchó el comentario y fue al baño. Una vez en la ducha tuvo una extraña sensación, como si hubiera dos regaderas mojándolo. Tanto así que tardó la mitad que de costumbre.
Ya en la cama, mientras empezaba a dormirse, oyó en su cabeza un fuerte ronquido que le hizo temblar el cuerpo. Esa noche soñó que era el marinero de una cáscara de nuez en medio de una gran tormenta.
Al despertar, vio a su madre que estaba gritándole. O eso parecía, porque solo veía que abría y cerraba la boca con cara de enojada. El la escuchaba, pero muy lejos. Patricio se incorporó y a medio vestir fue a desayunar.
A mitad de la mañana, en la clase de gimnasia, el profesor les propuso que jugaran al quemado. En un movimiento brusco, Augusto se cayó de la oreja de Patricio, pero volvió de inmediato adentro. Los amigos se quedaron señalándolo, pero ningun profesor les creyó. Patricio no entendía nada. ¿Un elefante en su oreja? ¡Qué ocurrencia!
Cuando la madre lo fue a buscar al colegio, su maestra la llamó a un costado:
-Llévelo al doctor urgente. Patricio no escuchó una palabra de lo que dijimos en clase.
Su madre lo tomó de la mano y lo llevó directo al médico. Cuando pasaron por un kiosco de revistas, a Patricio le llamó la atención la tapa de un diario: "Se escapó el elefante de Palermo. Esta es su última foto".
En la ilustración se veía a Augusto y al lado ¡estaba él!
La madre volvió sobre sus pasos y lo tomó de la oreja. ¡Qué costumbre!
-Vas a ir al doctor aunque no quieras.
Ya en el consultorio, Patricio se había sentado en la camilla y le inspeccionaban la oreja.
-No veo nada de nada. Es como si tuviera un tapón inmenso.
El doctor le echó varias gotitas sin ningún resultado. Luego le colocó el extremo más pequeño de un cono de papel y prendió fuego el otro, pero tampoco funcionó. Adentro, Augusto estaba empezando marearse, pero por nada del mundo iba a salir. Bueno... si le mandaban un ratón tal vez.
-Vuelva mañana -le pidió a su madre. -Voy a conseguir una buena sopapa. Eso nunca falla.
Al llegar a su casa, ¡el colmo de los problemas! La policía estaba esperándolos.
-Tenemos una orden de desalojo.
A lo que se madre gritó:
-¡Imposible, esta casa es nuestra!
-No es para ustedes. Niño, ven aquí.
Patricio se acercó y el policía le colocó un megáfono directo a oído.
-¡Sal de ahí, Augusto! Se terminó el juego.
De la oreja de Patricio salió una trompa.
-¡Me van a dejar sordo! No quiero salir, ustedes solo quieren embalsamarme y llevarme al museo.
-Entendiste mal. El que se va al museo es el cuidador.
El elefante salió despacito de la oreja del niño y muy apenado comentó:
-La hiena se va a reir mucho de mí, ¿no?
Patricio sonrió aliviado, no porque esa noche iba a poder dormir, sino porque era verdad lo del elefante.
-Gracias, Patricio, por prestarme tu oreja. Ojalá todos los animales pudieran vivir una aventura como la mía.
Esa idea a Patrico le pareció tan buena que acompañó a Augusto al zoológico y habló con el director.
El domingo siguiente fue distinto a todos los demás. En el zoo las jaulas estaban vacías. ¿Dónde estaban los animles? En las plazas, paseando felices asomados por las orejas de todos los niños.

No hay comentarios:

Publicar un comentario