lunes, 29 de marzo de 2010

La torta más rica del mundo

En un país muy lejano, donde se soplan las velitas en una milanesa, el hada Caramba les estaba leyendo a los hermanos Lucero una gran historia.
Lucía y Luciano seguían atentamente los pasos de esa leyenda que se titulaba: "Cómo hacer una torta".
-Por último, se mete al horno durante cuarenta minutos a temperatura moderada y listo. Colorín colorado espero que no se haya quemado.
El hada cerró el libro de recetas y sopló suavemente sobre su tapa. Su magia hizo que desprendiera el aroma de las tortas recién horneadas. A los hermanos Lucero se les hizo agua la boca y Lucía preguntó:
-¿Por qué ya no se hacen tortas?
Con tono misterioso el hada Caramba respondió:
-Porque hace cien años hubo una gran pelea entre los reyes de los ingredientes.
-¿Quiénes? -inquirió Luciano.
-Los reyes de la harina, los huevos, la leche y el azúcar -aclaró el hada.
Los hermanos se miraron y gritaron:
-¡Hagamos una torta!
-Pero no van a querer darles sus ingredientes. Son muy egoístas y no se soportan –les explicó Caramba.
-Un mundo sin tortas es un mundo muy triste. Lo vamos a intentar -replicó Lucía.
Así de entusiasmados, los hermanos Lucero se subieron a su tren volador e iniciaron el viaje.
El primer país que visitaron fue Molinolandia. El Rey Espantapájaros se acercó para recibirlos. Lo hizo lentamente. Estaba maltrecho y deslucido, pero cuando se enteró de las intenciones de los niños se le saltaron los ojos de botón.
-¿Quieren hacer una torta? Mi harina es muy pura para mezclarse con los ingredientes de los otros reyes. ¡No cuenten con ella! -exclamó enfurecido y con el bastón alzado.
Los pequeños aventureros, asustados por los gritos, se dieron media vuelta y corrieron.
Se detuvieron recién a una distancia prudencial y detrás de un árbol. Cuando se repusieron del susto, se asomaron y vieron al viejo rey intentando alejar los cuervos de sus trigales. Los hermanos Lucero enseguida se sumaron a la tarea y entre los tres lograron ahuyentar a todas las aves.
El espantapájaros quedó tan agradecido que les dio un costal de su mejor harina y ellos lo invitaron a viajar en el tren.
La siguiente estación fue el Rancho Mumú. Allí salió a su paso la Reina Vaca.
-¡Nada de tortas! -exclamó al enterarse de la idea. -¡Lárguense! No quiero que mi leche se junte con nada.
Intentaron convencerla, pero con un gran mugido los calló. Defraudados, iniciaron la partida, ya no conseguirían hacer la torta.
Cerca de la tranquera, Lucía sintió un llanto. Provenía de un ternerito al que, entre tantos hermanos, no le había quedado lugar para amamantarse con su madre. La niña lo consoló y le preparó una mamadera.
Enternecida con la escena, la reina les dio su mejor leche y ellos la invitaron a subir a un vagón.
La próxima parada fue en Nueva Tortilla. Bajaron del tren y siguieron la senda hacia el enorme galpón con forma de castillo. A medida que avanzaron descubrieron que algunos huevos habían rodado fuera de sus nidos así que los fueron juntando en una cesta.
Finalmente llegaron a la puerta y la Reina Gallina los recibió muy cocorita. Los escuchó sin prestarles atención y luego les contestó:
-No van a romper mis huevos para una torta. ¡Ya está dicho!
Luego miró la cesta y graznó:
-¿Son mis huevos? ¿Quién les dio derecho siquiera a tocarlos?
En medio de una lluvia de plumas, Luciano se adelantó y reconoció:
-Sí. Son algunos huevos que rodaron cuesta abajo. Los recogimos para que nadie los pisara. Perdón si nos entrometimos.
La Reina Gallina inclinó la cabeza hacia un costado y se conmovió tanto que les dio sus mejores huevos. A cambio, los hermanos la invitaron a subirse al tren.
Finalmente, llegaron al Magnífico Ingenio. Entraron al edificio por un enorme portón de hierro y después de un laberinto de pasillos llegaron al despacho principal. El señor administrador los atendió sin hacerlos pasar.
-¡No voy a regalarles ni un gramo de mi azúcar! Es lo más dulce del mundo. Ni hablar de mezclarla con los ingredientes de los otros reyes. Ahora váyanse, estoy muy ocupado –dijo y dio un portazo. Volvieron a tocar pero por más que insistieron el señor no volvió a salir. Estaban vencidos. No iban a poder persuadir a ese hombre de corazón duro.
Al pasar por un escritorio vieron un cuaderno lleno de números y con una cuenta sin resolver. Se sentaron emocionados con el desafío y en un minuto llegaron al resultado.
El señor, que los espiaba, salió a su encuentro como una tromba:
-Hace años que trabajaba en ella. ¿Cómo pudieron? ¡Gracias!
Su emoción fue tanta que les regaló toneladas de azúcar y se subió encantado al tren.
Cuando volvieron a su casa, el hada Caramba los estaba esperando con el horno a punto.
Lucía y Luciano mezclaron los ingredientes en un bol, volcaron la preparación en un molde con forma de corazón y la pusieron a hornear.
Así, sin querer, los hermanos Lucero hicieron la torta más rica del mundo y volvieron a sentar en la misma mesa a los reyes de todos los ingredientes.

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